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Hace mucho tiempo vivía un granjero que vendía mantequilla en un pueblo muy pequeño. El panadero era uno de sus clientes más fieles, pero un día empezó a sospechar que la barra de mantequilla pesaba menos que la libra que estaba pagando. Así que decidió pesarla en su negocio y descubrió que sus temores no eran infundados.
Reunió a varios pobladores como testigos y se encaminó a los tribunales para demandar al granjero.
Una vez allí el juez le preguntó al granjero si usaba una medida para vender las libras de mantequilla.
Con una voz segura y con mucho temple el acusado respondió que al trabajar con instrumentos primitivos, no tenía un mecanismo para pesar su mercancía. Sin embargo sí tenía un método que usaba como escala.
“Señor juez, mucho antes de que el panadero empezara a comprarme mantequilla yo le he comprado una libra de pan todos los días. Él me lo trae temprano por la mañana, y lo que hago es ponerlo en una balanza y le doy la misma cantidad de mantequilla por el peso que él me da de pan”.
Todos reclinaron el cuerpo hacia atrás y miraron de forma despectiva al panadero. Este decidió retirar los cargos y nunca más se quejó al respecto del peso de la mantequilla.
"No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido." (Mateo 7:1-2)

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