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Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta:" (Mateo 2:1-5)
Imagínate la escena. Hace más de 2000 años entran en Jerusalén unos hombres extraños, a todas luces extranjeros, preguntando "¿Donde está el rey de los judíos, que ha nacido?". Por supuesto la pregunta no tarda en llegar a oídos del rey Herodes quien, al oírla, nos dice la biblia que se turbó. Y toda Jerusalén con él.
Esa pregunta, y sobre todo lo que implicaba, causó un gran revuelo en la ciudad. Herodes convocó a todos aquellos que podían dar respuesta a esos hombres y, efectivamente, aquellos sacerdotes y escribas les confirmaron que ese rey había de nacer en Belén. Así lo había escrito el profeta Miqueas 8 siglos antes.
¿Que pasó después? ¿Los ciudadanos de Jerusalén acudieron en tromba a ver a ese rey anunciado? ¿Los sacerdotes y escribas, que habían dado la respuesta a esa pregunta, lo dejaron todo y acompañaron a esos hombres en su viaje? No, la ciudad tardó bien poco en recuperar la normalidad. Aquella turbación de la que nos habla Mateo quedó diluida entre los quehaceres del día a día y rápidamente quedo relegada a mera anécdota.
¿Como podría sorprendernos esa aparente desidia ante una noticia tan importante cuando hoy en día hacemos lo mismo? La vida fluye invariable año a año. Invierno, primavera, verano y otoño se suceden. Hay días buenos y hay días malos. Lidiamos con viejos problemas mientras aparecen otros nuevos y de pronto, casi sin darnos cuenta, llegó la navidad. Otra vez. Poner el árbol, el belén, comprar regalos, preparar comidas... Es una fiesta importante. Las familias y los amigos se reúnen. Hay otro ambiente, es cierto, pero ¿Realmente celebramos el nacimiento de Jesús? ¿No hemos diluido el verdadero significado de lo que celebramos en estos días entre un montón de cargas y responsabilidades?
Y sin embargo, aún hoy en día, la Navidad sigue siendo la celebración de un regalo. Un regalo que Dios nos ha dado. Ni más ni menos que Jesucristo, su hijo amado. Un regalo que está al alcance de todo el mundo. Vida eterna.
Del mismo modo que nosotros hacemos regalos a aquellas personas que amamos, al enviar a su hijo a este mundo Dios nos dio la mayor prueba de su amor por nosotros.
En esta Navidad no rechaces el regalo de Dios, ese Jesús, el rey de los judíos al que buscaban aquellos hombres, puede ser tu salvador. Él puede transformar tu vida. Celébralo.
"En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados." (1 Juan 4:9-10)
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16)