28 de julio de 2024

Corriendo en el estadio

 


"¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado." (1 Corintios 9: 24-27) 

Este pasado viernes, con el encendido del pebetero, dieron comienzo en París los XXXIII Juegos Olímpicos de la era moderna. Para muchos deportistas ganar una medalla de oro en las olimpiadas supone la culminación de sus aspiraciones. El premio máximo a toda una vida de esfuerzo y privaciones, de entrenamiento constante. Una vida dedicada a prepararse para este momento. Y, por supuesto, conseguir ese oro olímpico en alguna de las disciplinas deportivas tiene que ser maravilloso. La victoria. La gloria. 

¿Y luego? Luego la nada. Si el atleta ha conseguido una hazaña realmente meritoria es posible que se hable de ello por décadas, como los cuatro oros que Jesse Owens ganó frente a Hitler en Berlín 36, o cuando Bob Beamon arrasó el récord de salto de longitud en México 68, pero lo cierto es que antes o después todas esas hazañas pasan al olvido. El tiempo borra los nombres, aparecen nuevos héroes y se logran nuevas marcas que hacen palidecer lo que antaño se consideraban récords imbatibles. 

El apóstol Pablo, en la primera carta a los corintios, pone el ejemplo de una carrera en un estadio. Todos se han preparado para ese momento y todos corren. Pero solo uno habrá de ganar y llevarse el premio. Una corona de olivo salvaje. Una corona que, como bien nos señala el apóstol, es corruptible, temporal y que no tendrá más transcendencia. 

Pero el apóstol usa ese ejemplo como contraposición de la vida eterna. Nos habla de una corona incorruptible. Una corona que nadie nos podrá quitar y que está al alcance de todos los hombres y no solo de un ganador. Una corona por la que bien vale pelear. 

¿Como podemos conseguir esa corona? Cuando el apóstol Pablo era ya un anciano escribió a su discípulo Timoteo una carta en la que retoma la ilustración de la corona. "7He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida." (2 Timoteo 4: 7-8). Pablo le dice que ha corrido la carrera hasta el final, que se ha esforzado y que le está guardada esa corona de justicia. Pero lo más importante "He guardado la fe". 

"Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá." (Romanos 1:17)

14 de julio de 2024

Sobre el temor a Dios

"El temor del Señor es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte." (Proverbios 14:27)

"El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre." (Eclesiastés 12:13)

Normalmente entendemos el verbo "temer" como un sinónimo de tener miedo. Y aunque en general es correcto, cuando la Biblia habla de temer a Dios el concepto es diferente. Se trata más bien de tener conciencia de su grandeza y santidad. De estar atentos a todo aquello que pensamos o hacemos ante nuestro Dios. Para el cristiano, el temor reverente a Dios, es un concepto esencial de la vida. Movido por la fe y el amor a Dios, busca agradarle a Él. Si buscamos en su palabra, la biblia, veremos que el temor a Dios y la sabiduría van unidos: "El temor del Señor es el principio de la sabiduría" (Proverbios 9:10).

Además el temor a Dios tiene consecuencias positivas, aún incluso en tiempos difíciles: "Por la fe Noé ... con temor preparó el arca en que su casa se salvase" (Hebreos 11:7), como Dios le había dicho (Génesis 6:14). El resultado de ese temor de Dios fue su salvación y la de su familia. 

En medio de nuestras luchas y tristezas estamos llamados a obedecer primeramente a nuestro Dios, sin olvidar sus promesas: "Yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen" (Eclesiastés 8:12).

El temor a Dios es una fuente de felicidad, fuente de vida, que nos llama a buscar la presencia del Señor, y no a huir de ella. “En tu presencia hay plenitud de gozo” (Salmo 16:11).

"... temed a Dios, y dadle gloria ..." (Apocalipsis 14:7)







7 de julio de 2024

Mirando a las estrellas

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses 3: 1-2)

El astrofísico Stephen Hawking (1942-2018), que dedicó toda su vida a descifrar los secretos del universo, declaró en una ocasión “Mi objetivo es muy simple. Comprender por completo el universo. Entender por qué es como es y por qué existe”. Hawkins fue tremendamente admirado y unánimemente reconocido como uno de los científicos más importantes de su generación. Era además un hombre que rechazó públicamente a Dios y combatió cualquier opinión que le atribuyera a Él el más mínimo papel en la creación. Invitaba a todo el mundo a hacer como él “Mire hacia las estrellas y hacia sus pies. Intente dar un sentido a lo que ve y, pregúntese qué hace que el universo exista. Sea curioso”. 

La Biblia también nos invita a mirar hacia arriba, pero por motivos muy diferentes. “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas” (Isaías 40: 26). “ El Señor … cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llamó por sus nombres. Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (Salmo 147: 2-5). La gloria de Dios se hace visible en su creación.

Y también nos invita a mirarle a Él porque es un Dios salvador. “Mirad a mí, y sed salvos” (Isaías 45: 22). Si creo que Jesucristo cargó con mis pecados en la cruz, entonces no solo podré contemplar la belleza de las estrellas, sino que podré conocer al que lo creó, Jesús.

El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.” (Efesios 4: 10)