"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación." (Mateo 5:4)
"... El Señor ... me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, … a consolar a todos los enlutados." (Isaías 61:1-2)
Juan 11: 35 es el versículo más corto de la Biblia. Simplemente dice "Jesús lloró". Nada más. Pero con esas dos palabras se nos muestra a un Jesús que comparte el dolor por la pérdida de su amigo con aquellos que lloraban frente a la tumba de Lázaro. Nos muestra a un Jesús que sufre, como también nosotros sufrimos, ante la inevitabilidad de la muerte.
Pero también es Jesús de quien nos dice el pasaje de Isaías que vino "a consolar a todos los enlutados". Y no solo a consolar con bienintecionadas palabras de ánimo, sino que él nos puede dar el consuelo supremo que es la vida eterna. Porque ese Jesús al que vemos llorando ante la tumba es el mismo del que el evangelio de Juan nos dice "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16)
Cuando muchos comenzaron a abandonarle y Jesús preguntó a sus discípulos si ellos también querían irse "Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna." (Juan 6:68)
Si elegimos creer en Él no estaremos exentos de aflicción. Habrá, por supuesto, momentos para llorar, momentos de dolor, pero podemos estar seguros de que en Él encontraremos consolación.
"Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Juan 16:33)
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21:4).

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