Una de las historias más grandiosas jamás contada es del hijo que salió de su hogar con sus bolsillos llenos del dinero que su padre había ganado con mucho esfuerzo. Como es de esperarse, el joven lo perdió todo.
Lea otra vez esa historia de amor que Jesús contó (Lucas 15:11-20). Tratemos de imaginar cómo hubiera sucedido tal historia hace mucho tiempo atrás.
Hambriento, triste y solitario, finalmente el joven decidió regresar a la casa de su padre y ver si podía ser recibido como empleado. Mientras caminaba cansadamente milla tras milla, memorizaba lo que diría y se preguntaba en cuanto a la reacción de su padre. ¿Rechazaría verle? ¿Enviaría a uno de sus siervos a decirle que él ya había tomado su decisión y que debía vivir con las consecuencias?
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| Murillo - El regreso del hijo pródigo |
Cuando ya estaba cerca, vio el lugar donde su casa estaba. Con nervios y sudor en sus manos, pensó: “Bueno, es hora de hacerlo”.
Su padre fue el primero en verle—sus ojos tenues fueron más eficaces que los ojos de jóvenes ya que el padre ansiaba ver a su hijo. Él había observado el camino miles de veces antes. Esta vez tuvo que mirar dos veces. “¿Qué es ese punto en el horizonte? ¿Quién se acerca a la hacienda? Luce como… ¿pudiera ser cierto? ¡Sí!”.
Luego sucedió algo inusual. Tal vez algunos trabajadores se arrimaron en sus palas para observar lo que estaba pasando. En el establo, un trabajador se detuvo, dejando caer un fardo de heno a su lado. Los trabajadores en la cocina salieron a la entrada para ver mejor.
¡El amo de la casa estaba corriendo!
Ellos nunca habían visto eso antes. Él había levantado un poco sus ropas largas y estaba corriendo hacia el pueblo. Los ojos de los siervos observaban dónde se dirigía, y vieron a la distancia una silueta.
Cuando el padre ya estaba cerca, abrió sus brazos y abrazó al muchacho, y le besó—y se podía ver su gran sonrisa mientras miraba a su hijo. Luego el padre notó la ropa holgada de su hijo, el olor de su cuerpo y la tristeza de sus ojos que antes eran inocentes.
El padre interrumpió el discurso preparado de su hijo que esperaba un trabajo de siervo. El amo comenzó a dar órdenes a los siervos mientras los dos se acercaban a la casa: “¡Den al muchacho algo de comer! ¡Él necesita ropa nueva! ¡Organicen una fiesta que pronto tendremos! ¡Mi hijo que estaba muerto vive!”.
Jesús enseñó la Parábola del Hijo Pródigo para mostrar que Dios da nuevas oportunidades. Hasta cierto punto, todos hemos estado en los zapatos del pródigo. Todos hemos apestado con el olor de la hacienda de cerdos y hemos sentido hambre terrible cuando la fiesta del pecado se transforma en hambruna inevitable (Santiago 1:15). Podemos recordar vívidamente la emoción del viaje a esa provincia apartada, y muchos de nosotros hemos vivido lo suficiente como para anhelar el lugar que abandonamos. Hemos visto la desilusión en los ojos de nuestro Padre debido a nuestras malas decisiones y errores necios. Hemos regresado sin nada en las manos.
Otros se preguntan si todavía hay una bienvenida para ellos. Sin importar lo que hayamos hecho, podemos escuchar al Padre decir: “Solamente regresa. Mi amor es inquebrantable. Tú siempre serás bienvenido aquí. Regresa a casa. Hay suficiente pan en la mesa; suficiente para ti”. Dios ansía que la familia esté completa otra vez. Espera que tomemos el primer paso hacia Él (Apocalipsis 3:20). Cuando lo hacemos, Él corre con entusiasmo a recibirnos en el camino.
Vía: ebglobal

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