"Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra." (Mateo 6:9-10)
A la mayor parte de las personas de mi generación nos obligaron a aprender el Padre Nuestro de memoria. Era una especie de mantra mágico que repetíamos mecánicamente en clase de religión sin nada que se pareciese remotamente a la fe. Sin entender siquiera qué era lo que decíamos.
Pero cuando Jesús, en el capítulo seis de Mateo, explica a sus apóstoles como orar comienza precisamente diciéndoles "Y orando, no uséis vanas repeticiones" (Mateo 6:7). No les está dando un texto para repetirlo mecánicamente, sino una guía para orar.
Un modelo de oración al que llamamos "Padre nuestro" porque comienza precisamente con esas dos palabras. Jesús invita a sus discípulos a llamar a Dios "Padre". Y con ese término nos está mostrando a un Dios cercano. Es "Elyon", el altísimo, es "Adonai", Señor, amo, pero ahora, nos dice Jesús, es además "Abba", un termino cariñoso que usaban los niños arameos para dirigirse a su padre. Ahora es el Padre de todos aquellos que conocen a Jesús como su salvador. Y Él nos llama hijos y vela por nosotros. Podemos acercarnos a Dios con confianza.
"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;" (Juan 1:12)

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