"Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra." (Lucas 11:2)
El "Padre nuestro" podemos dividirlo de una forma natural en dos partes. Una primera, el versículo dos, en la que nos enseña sobre la necesidad de reconocer quien es Dios. Un solo versículo que nos habla acerca de la necesidad de entender a quien estamos orando.
En este versículo nos habla de lo que Dios mismo es y nos llama en primer lugar a santificar su nombre, esto es, a ponerlo por encima de todo, a honrarlo y alabarlo. A reconocer su santidad y majestad, para luego establecer una petición, "Venga tu reino". Y con esas palabras expresamos el deseo de que llegue pronto el día en el que el Señor establezca, por fin, su poder sobre la tierra. El deseo de que finalmente llegue ese momento en el que el mal sea derrotado y Él, en la figura de Cristo, reine, por fin, este mundo haciendo que su voluntad se cumpla "como en el cielo, así también en la tierra".
Pero para poder desear ese "Venga tu reino", es imprescindible haber obtenido la certeza de que nosotros formaremos parte de ese reino. Haber entendido que Jesús vino "para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:15). Y es que "... de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16)


