11 de junio de 2025
2 de junio de 2025
1 de junio de 2025
Una segunda opinión
“16 Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? 17 Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. 18 Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. 19 Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20 El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? 21 Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. 22 Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.” (Mateo 19:16-30)
Ocurre en ocasiones que al ir al médico no quedamos satisfechos con su diagnóstico y queremos escuchar la opinión de otro facultativo. Buscamos entonces a alguien que haya pasado por el mismo problema y le preguntamos para ver que médico le atendió. O acudimos a alguno cuya fama le precede y pedimos cita para que pueda vernos y nos de una segunda opinión. Eso es sabio.
Pero en ocasiones, lo que realmente buscamos, es a alguien que nos diga lo que queremos oír. Quizás porque la verdad no nos agrada, o nos da miedo o cualquier otra razón.
Con el evangelio frecuentemente sucede algo similar. Personas que aparentemente están buscando a Dios, descubren que la biblia es como un espejo que nos muestra nuestra verdadera condición. Y al ver su pecado, en lugar de aceptar la salvación que Dios les ofrece, eligen negarlo y buscar algo diferente. Otra opción que les parezca más atractiva, más acorde a lo que quieren oír. Una religión. Alguien que les diga que ellos son buenos y que sus obras son maravillosas. Algo más agradable de oír.
Seguir a Jesús exige honestidad y humildad. Reconocer nuestra auténtica condición de pecadores y reconocer también que por nuestros propios medios nos es imposible alcanzar esa salvación que solo Él puede ofrecernos.
Y dejar a un lado nuestro yo natural, nuestro ego, y permitir que Él tomo el control de nuestras vidas.
“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6:68)

